De Marrakech al Desierto del Sahara. Marruecos.

«Camino del desierto»

Llegué a Marrakech en avión directo desde Sevilla, España, ya os hablaré de esta ciudad imperial, la ciudad roja.
Desde Marrakech a la entrada del desierto en Merzouga realizas la conocida ruta de las Kasbahs, casas fortificadas de adobe, que vas encontrando mientras atraviesas las gargantas del Dadès y del Todra.
Un recorrido que te lleva a entender el concepto del oasis y su importancia en esta región, como aprovechan el poco recurso hídrico los pobladores de estos lugares, el bereber, 70% de la población marroquí, entre nómadas y población asentada.

En todo el recorrido la tierra es de un color rojizo muy peculiar que nos inunda la vista. Esta hermosa tonalidad es la misma que la de las innumerables kasbahs que vemos a medida que nos adentramos en el valle.
La Garganta del Dadès, que toma el nombre del río que la creó, cuando casi estamos llegando al punto más alto de la garganta, ante nosotros aparecen unas rocas de arenisca rojizas cuya erosión ha creado unas peculiares formas, que han sido bautizadas como “los dedos del mono”.
La garganta del Todra y sus gigantescas paredes, de casi 300 metros de altura, hacen que sea prácticamente imposible inmortalizarlas en una foto. Debido precisamente a dichas paredes, la garganta del Todra es un famoso lugar para escalar en Marruecos puesto que su geografía es muy adecuada para esta práctica.
Impresionante el Ksar de Ait Ben Hadu, pueblo fortificado con torres almenadas, entrar en la Kasbah y perderte por el laberinto de sus calles, te transporta a otro tiempo, otra época pasada.
El objetivo era llegar a Merzouga, el Desierto del Sahara y las dunas de arena dorada del Erg Chebbi,una vez ahí, subir a las dunas más altas de Marruecos.

Desde el instante que me adentraba en el desierto para pasar la noche en un campamento bereber sentí que serían unas horas mágicas.
Cuando ya solo se veían dunas doradas, en silencio, solo, contemplaba desde el dromedario la inmensidad del desierto, al llegar al campamento subí a la Gran Duna, y por la noche después de cenar, tambores sonando a ritmos bereberes y después en silencio, horas bajo las estrellas, hablando con los chicos del desierto.
Aun quedaba madrugar y ver amacer.
Volveré al desierto del Sáhara algún día. Junio 2018.

 

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